LABORES DEL CAPELLÁN

Los ámbitos de actividad del capellán comprenden no sólo al enfermo, sino también a su familia y al personal sanitario que lo precise o demande, ante quienes ha de mostrar el amor de Jesucristo en la forma de humilde siervo. Huir del protagonismo ha de ser una meta constante, en éste como en todos los demás ministerios cristianos, por cuanto no somos sino instrumentos en las manos de nuestro Señor y Salvador, llamados a representar el carácter de Jesucristo; recordando constantemente que:
"Dios es amor" (1ª Juan 4:8);
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19:18);
"Todas vuestras cosas sean hechas con amor" (1ª Corintios 16:14);
"Servíos por amor los unos a los otros" (Gálatas 5:13).
"Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros... Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión." (Romanos 12:3-5, 16).
Por consiguiente, el capellán sabe cuáles son las habilidades y capacidades que posee y las que precisa reforzar, pero al mismo tiempo es consciente de
que él mismo igualmente está en el proceso de crecimiento, desarrollo y maduración. Por consiguiente, los capellanes eficaces son aquellos que reconocen que son vulnerables, falibles, y están dispuestos a reconocer cuando cometen errores.
ASISTENCIA DEL CAPELLÁN: En cuarto lugar, entendemos que el capellán ha de atender a quienes solicitan su presencia y servicio. Sin embargo, en momentos en que seamos requeridos por familiares o parientes, y no directamente por el paciente, pueden darse situaciones negativas provocadas por actitudes antirreligiosas, experiencias de decepción o amargura, sentimientos de culpabilidad, miedos y fobias asociadas a aspectos negativos de su formación religiosa o por la falta de la misma.

ESCUCHAR: Ahora bien, escuchar es uno de los principios más importantes y difíciles de todo el proceso comunicativo, hasta el punto de ser considerado un auténtico "arte". La falta de comunicación, de la que tanto se oye hablar en nuestros días, se debe en una parte importantísima a que no se sabe, o no se quiere, escuchar a los demás. Sin escucha resulta absolutamente imposible el diálogo. Bastaría con prender el televisor para comprender la veracidad de estas palabras. Millones de personas, al tratar de comunicarse, dedican la casi totalidad de su atención y energía a sus propias palabras, a sus propias emisiones, en total desprecio a su supuesto interlocutor, olvidando que "comunicación" es "poner en común", de donde nos han llegado muchas voces, como "comunicar" y "comunión". Esta carencia de capacidad comunicativa demuestra, por una parte, la falta de práctica, y por otra, se trata de una de las muchas manifestaciones del individualismo y el egocentrismo que caracterizan a nuestra sociedad. Naturalmente, compartir demanda de nosotros un esfuerzo que ha de darse necesariamente en el proceso comunicativo, pues de lo contrario, sencillamente, éste no se producirá. Como se ha ilustrado muchas veces, Dios nos ha dado una sola boca, pero dos oídos. Y, efectivamente, escuchar exige un esfuerzo mucho mayor que el necesario para hablar. Por consiguiente, escuchar de forma activa es escuchar y entender la comunicación, no desde nuestro punto de vista egocéntrico, sino desde el de nuestro interlocutor. Recordemos que "oír" es percibir vibraciones de sonido, mientras que "escuchar" es entender, comprender y dar sentido a lo que oímos. Eso implica que la escucha activa, denominada también "escucha efectiva", tiene que entrar en el ámbito de la actividad, frente a la pasividad. Es decir, esforzarnos por percibir no sólo las palabras, sino los sentimientos y los pensamientos subyacentes a los vocablos. De ahí que la empatía sea imprescindible, de tal manera que será el grado de empatía el que determinará el grado de comunicación. Recordemos que no puede haber comunicación sin lenguaje, pero es perfectamente posible comunicarse sin palabras. De modo que escuchar, entender y conversar son actividades imprescindibles en la empatía necesaria en la labor de capellanía. Ahora bien, comprender el lenguaje de una persona toma mucho tiempo. Pero es igualmente cierto que sólo se aprende a hablar eficazmente escuchando. Sin comunicación fluida disminuyen las posibilidades de ser de ayuda al necesitado. Los expertos nos aseguran que la mujer suele expresar sus sentimientos con palabras y espera palabras a cambio, mientras que los varones suelen hacerlo más frecuentemente mediante acciones. De modo que no olvidemos que las acciones también son lenguaje. También es conocido que la mujer en general suele tener una capacidad mayor de comprensión de las personas. Semejante facultad será siempre el principal recurso de la mujer en el proceso de la comunicación. En todo proceso comunicativo es menester no causarse dolor, hablar con respeto, evitar dar órdenes, nunca descargar nuestra frustración sobre el otro, callar cuando sabemos que no es sabio hablar, cuidar nuestro tono de voz, jamás ridiculizar ni remedar, sonreír gentilmente, ser sinceros, pensar en las necesidades del otro, y preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos. Como también se ha dicho muchas veces, se trata de "ponernos en los zapatos del otro", de "meternos en su pellejo"; es decir, que "nos hacemos cargo" de su situación, de sus sentimientos, de sus reacciones. No es simplemente mostrar alegría o ser simpáticos, sino mostrarle que comprendemos su situación hasta donde somos capaces.

SENSIBILIDAD Y DELICADEZA: La sensibilidad y delicadeza del capellán serán fundamentales en esas ocasiones en las que se produzca el rechazo de la visita: La consideración de la inadecuación del momento; la búsqueda de otra oportunidad en que el paciente esté solo; la invitación a ser requerido cuando el enfermo considere oportuno; el aprovechamiento de la oportunidad brindada por el acompañamiento de un familiar o amigo bien recibido. Siempre hemos de dejar un tratado adecuado o un ejemplar del Nuevo Testamento o de la Biblia, o cualquier otro material bíblico, con indicación clara de la forma de contactar con la capellanía para que podamos ser requeridos en cualquier otro momento. Si se tercia, se puede informar del lugar físico donde está situada la Iglesia sus horarios para cualquier necesidad que pueda surgir en el paciente o familiares.
EL BUEN SAMARITANO: En resumen: Siguiendo el ejemplo del "Buen Samaritano" (Lucas 10:25-37), las labores del capellán se han de centrar en lo que se desprende de las expresiones "acercarse", "echar aceite y vino en las heridas", "vendárselas" y "llevarle al mesón". En definitiva, "usar de misericordia con los enfermos".
ACERCARSE: "Acercarse" implica fundamentalmente saber escuchar. La escucha como consolación es una de las grandes asignaturas que todo capellán ha de aprender. Si nos cuesta entender la "aproximación" como "consuelo", será porque no hemos reflexionado suficientemente al respecto. "Acercarse" es aproximar nuestro corazón al corazón del otro. Sólo así podremos ver lo que otros no pueden oír, ver ni sentir. De ese modo se produce la escucha activa y la empatía; es decir, la identificación mental y afectiva de una persona con el estado anímico de otra. Esta capacidad cognitiva de sentir lo que una persona puede percibir y experimentar ha sido definida por la psicología moderna como un esfuerzo objetivo de comprensión intelectual de los sentimientos del "otro".